lunes, 13 de agosto de 2012

EL LEGADO DE LA GENERACIÓN DORADA


El juramento que marcó el destino de la Generación Dorada

La puerta se cerró dejando atrás ese fatídico triple que, en el último segundo, se robó sus ilusiones. Sus sueños de niños. Del otro lado, donde ese olor tan característico de los vestuarios los invitaba a recordar tantos años de sacrificio, la desazón se expandía sin límites en el interior de sus sentimientos. Mientras las lágrimas no escaseaban y decoraban un momento que, con el paso de los minutos más largos de sus vidas, se hacía un lugar en sus corazones, justo en el lugar donde la nostalgia suele ahondar antes de atacar. Pero la capacidad de sobreponerse, de superarse, ya latía con mucha más fuerza que cualquier dificultad. Fue casi instantáneo, como si sus pensamientos saliesen del mismo lugar. Secaron sus rostros y, con un fuego interior imposible de controlar, sellaron un juramento: "Tratar de hacer grande al básquetbol argentino y ponerlo en los primeros puestos del mundo". Más de 11 mil kilómetros separaban a esos chicos de su país. Una Argentina que, por aquel entonces, les daba la espalda. Los ignoraba. Los desconocía. Hoy, 15 años después de aquella derrota en la semifinal del Mundial sub. 21 Melbourne 1997, los admira. Los elogia. Los respeta. No es como para menos: cumplieron su silencioso juramento con creces. Nos dieron una identidad. Hicieron historia. Y ya son leyenda. Luego de aquel torneo, Fabricio Oberto, Manu Ginóbili y Pepe Sánchez tuvieron su primera gran cita en el Mundial de Francia 1998, donde el cordobés terminó como goleador del equipo, mientras que los bahienses jugaron pocos minutos. Pero no fue hasta el Premundial Neuquén 2001 que la Generación Dorada empezó a forjar su nombre en la historia grande del deporte argentino.

Con nueve victorias en igual cantidad de presentaciones, el conjunto dirigido por Rubén Magnano, con una gran base de jugadores que estuvieron en Australia, se lució en tierras patagónicas, salió campeón y logró el tan ansiado boleto al Mundial de Indianápolis 2002. Ya no los miraban de espaldas, aunque el reconocimiento tardó un año en llegar.  En 2002, mientras el pueblo argentino aún sucumbía por la pronta eliminación en el Mundial de fútbol, estos 12 muchachos hambrientos de gloria y un entrenador obsesivo hasta el último detalle le devolvieron la ilusión a la gente. La Argentina empezó a crecer en el torneo sin conocer su propio techo. El "desconocido" pasó a ser la "revelación". Para luego convertirse en el "favorito", tras convertirse en el primer seleccionado en ganarle al Dream Team de los Estados Unidos. Esa fue, sin dudas, la primera huella dorada en la historia del básquetbol mundial. Un fallo arbitral en la última jugada de la final, no le permitió a este equipo festejar y la ex Yugoslavia gritó campeón.

"Tuvimos la "suerte", aunque no fue tal, de que lo hecho en Indianápolis 2002 fue después del fracaso de la selección de fútbol en Japón. La gente veía que dábamos el 100 por 100, que nos tirábamos de cabeza en cada pelota y, sobre todo, que estábamos muy unidos. Ese año fuimos una sensación porque, después de todo lo que pasó en diciembre de 2001, le dimos alegría al pueblo, que se volvió a sentir identificado con un grupo que representaba al país", le contó en alguna oportunidad Alejandro Montecchia a canchallena.com.  Pero la revancha de aquella final no tardó en llegar. Los Juegos Olímpicos Atenas 2004 cristalizaron y profundizaron el juramento de aquellos jóvenes devenidos estrellas. Con tan solo dos cambios del plantel que jugó el Mundial (Delfino y Herrmann por Victoriano y Palladito), la Argentina volvió a ser protagonista desde el inicio, ya con los ojos del mundo sobre ellos. Tras dos derrotas en la fase de grupos, el cruce le puso en el camino primero al local, un rival que estuvo muy cerca de vencerlo, y luego a Estados Unidos, a quien le volvieron a ganar y lo mandaron al partido por el bronce. En la final, Italia fue la víctima que sufrió el hambre de gloria. Fue un aplastante 84 a 69 para subirse, por primera vez en la historia, a lo más alto de un podio olímpico. Para forjar junto a su Generación la esencia Dorada, que los acompañará de por vida.

El triunfo ante Serbia, lo mejor de Atenas 2004

  Los recambio lógicos llegaron, pero la Argentina nunca se bajó de la elite del básquetbol. En el Mundial Japón 2006, tras perder una agónica semifinal con el campeón España, quedó en la cuarta ubicación. Dos años después, fueron bronce en los Juegos de Pekín, ganándole a Lituania en el último partido. Sin Manu y con la baja de Nocioni a último momento por lesión, consiguieron un importantísimo quinto puesto en el Mundial de Tuquía 2010. Y en 2011, frente a su público, se consagraron campeones de América en el Preolímpico de Mar del Plata. Gigantes. Ayer, luego de la derrota con Rusia, por el tercer puesto de los Juegos Olímpicos Londres 2012, las lágrimas volvieron a ser las protagonistas de un silencioso vestuario argentino. Era tristeza, sin dudas. Pero, seguramente, se habrán mirado a los rostros con entereza, sin encontrar aquellos ojos de niños. Con el placer del juramento cumplido, quizás lloraron un rato más. La Generación Dorada, su historial.
1999: Preolímpico Puerto Rico, 3° puesto
2001: Premundial Neuquén, 1°
2002: Mundial Indianápolis, 2°
2003: Preolímpico Puerto Rico, 2°
2004: Juegos Olímpicos Atenas, 1°
2005: Premundial R. Dominicana, 2°
2006: Mundial Japón, 4°
2007: Preolímpico Las Vegas, 2°
2008: Juegos Olímpicos Pekín, 3°
2009: Premundial Puerto Rico, 3°
2010: Mundial Turquía, 5°
2011: Preolímpico Mar del Plata, 1°
2012: Juegos Olímpicos Londres, 4°

FUENTE: CANCHA LLENA


                                                                  SERGIO TOLABA

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