El juramento que marcó el destino
de la Generación Dorada
La puerta se cerró
dejando atrás ese fatídico triple que, en el último segundo, se robó sus
ilusiones. Sus sueños de niños. Del otro lado, donde ese olor tan
característico de los vestuarios los invitaba a recordar tantos años de
sacrificio, la desazón se expandía sin límites en el interior de sus
sentimientos. Mientras las lágrimas no escaseaban y decoraban un momento que,
con el paso de los minutos más largos de sus vidas, se hacía un lugar en sus
corazones, justo en el lugar donde la nostalgia suele ahondar antes de atacar.
Pero la capacidad de sobreponerse, de superarse, ya latía con mucha más fuerza
que cualquier dificultad. Fue casi instantáneo, como si sus pensamientos
saliesen del mismo lugar. Secaron sus rostros y, con un fuego interior
imposible de controlar, sellaron un juramento: "Tratar de hacer grande al
básquetbol argentino y ponerlo en los primeros puestos del mundo". Más de
11 mil kilómetros separaban a esos chicos de su país. Una Argentina que, por
aquel entonces, les daba la espalda. Los ignoraba. Los desconocía. Hoy, 15 años
después de aquella derrota en la semifinal del Mundial sub. 21 Melbourne 1997,
los admira. Los elogia. Los respeta. No es como para menos: cumplieron su
silencioso juramento con creces. Nos dieron una identidad. Hicieron historia. Y
ya son leyenda. Luego de aquel torneo, Fabricio Oberto, Manu Ginóbili y Pepe
Sánchez tuvieron su primera gran cita en el Mundial de Francia 1998, donde el
cordobés terminó como goleador del equipo, mientras que los bahienses jugaron
pocos minutos. Pero no fue hasta el Premundial Neuquén 2001 que la Generación
Dorada empezó a forjar su nombre en la historia grande del deporte argentino.
Con nueve victorias
en igual cantidad de presentaciones, el conjunto dirigido por Rubén Magnano,
con una gran base de jugadores que estuvieron en Australia, se lució en tierras
patagónicas, salió campeón y logró el tan ansiado boleto al Mundial de
Indianápolis 2002. Ya no los miraban de espaldas, aunque el reconocimiento
tardó un año en llegar. En 2002,
mientras el pueblo argentino aún sucumbía por la pronta eliminación en el
Mundial de fútbol, estos 12 muchachos hambrientos de gloria y un entrenador
obsesivo hasta el último detalle le devolvieron la ilusión a la gente. La
Argentina empezó a crecer en el torneo sin conocer su propio techo. El
"desconocido" pasó a ser la "revelación". Para luego
convertirse en el "favorito", tras convertirse en el primer
seleccionado en ganarle al Dream Team de los Estados Unidos. Esa fue, sin
dudas, la primera huella dorada en la historia del básquetbol mundial. Un fallo
arbitral en la última jugada de la final, no le permitió a este equipo festejar
y la ex Yugoslavia gritó campeón.
"Tuvimos la
"suerte", aunque no fue tal, de que lo hecho en Indianápolis 2002 fue
después del fracaso de la selección de fútbol en Japón. La gente veía que
dábamos el 100 por 100, que nos tirábamos de cabeza en cada pelota y, sobre
todo, que estábamos muy unidos. Ese año fuimos una sensación porque, después de
todo lo que pasó en diciembre de 2001, le dimos alegría al pueblo, que se
volvió a sentir identificado con un grupo que representaba al país", le
contó en alguna oportunidad Alejandro Montecchia a canchallena.com. Pero la revancha de aquella final no tardó en
llegar. Los Juegos Olímpicos Atenas 2004 cristalizaron y profundizaron el
juramento de aquellos jóvenes devenidos estrellas. Con tan solo dos cambios del
plantel que jugó el Mundial (Delfino y Herrmann por Victoriano y Palladito), la
Argentina volvió a ser protagonista desde el inicio, ya con los ojos del mundo
sobre ellos. Tras dos derrotas en la fase de grupos, el cruce le puso en el
camino primero al local, un rival que estuvo muy cerca de vencerlo, y luego a
Estados Unidos, a quien le volvieron a ganar y lo mandaron al partido por el
bronce. En la final, Italia fue la víctima que sufrió el hambre de gloria. Fue
un aplastante 84 a
69 para subirse, por primera vez en la historia, a lo más alto de un podio
olímpico. Para forjar junto a su Generación la esencia Dorada, que los
acompañará de por vida.
El triunfo ante
Serbia, lo mejor de Atenas 2004
Los recambio lógicos llegaron, pero la
Argentina nunca se bajó de la elite del básquetbol. En el Mundial Japón 2006,
tras perder una agónica semifinal con el campeón España, quedó en la cuarta
ubicación. Dos años después, fueron bronce en los Juegos de Pekín, ganándole a
Lituania en el último partido. Sin Manu y con la baja de Nocioni a último
momento por lesión, consiguieron un importantísimo quinto puesto en el Mundial
de Tuquía 2010. Y en 2011, frente a su público, se consagraron campeones de
América en el Preolímpico de Mar del Plata. Gigantes. Ayer, luego de la derrota
con Rusia, por el tercer puesto de los Juegos Olímpicos Londres 2012, las
lágrimas volvieron a ser las protagonistas de un silencioso vestuario
argentino. Era tristeza, sin dudas. Pero, seguramente, se habrán mirado a los rostros
con entereza, sin encontrar aquellos ojos de niños. Con el placer del juramento
cumplido, quizás lloraron un rato más. La Generación Dorada, su historial.
1999: Preolímpico
Puerto Rico, 3° puesto
2001: Premundial
Neuquén, 1°
2002: Mundial
Indianápolis, 2°
2003: Preolímpico
Puerto Rico, 2°
2004: Juegos
Olímpicos Atenas, 1°
2005: Premundial R.
Dominicana, 2°
2006: Mundial Japón,
4°
2007: Preolímpico
Las Vegas, 2°
2008: Juegos
Olímpicos Pekín, 3°
2009: Premundial
Puerto Rico, 3°
2010: Mundial
Turquía, 5°
2011: Preolímpico
Mar del Plata, 1°
2012: Juegos
Olímpicos Londres, 4°
FUENTE: CANCHA LLENA
SERGIO TOLABA
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